A pocos meses de que la norma del etiquetado entró en vigor, ya parece quedar claro que, con todo y sellos, el consumidor no está dejando de comprar los productos marcados con los octágonos negros.
A esta conclusión llega César Monroy Fonseca, maestro en neurociencias y director científico de SEELE Neuroscience, laboratorio de investigación sobre experiencias de mercado.
“Aunque los sellos modifiquen la percepción del producto, no influye ni directa ni indirectamente en la intención de compra del consumidor”, adelanta el doctor en Psicología, que actualmente trabaja en un estudio sobre la respuesta de los consumidores a los sellos de advertencia. Los resultados verán la luz a finales de 2021.
Desde el 1 de octubre del año pasado, papas fritas, refrescos, panecillos y prácticamente cualquier botana o antojo tiene, al menos, tres octágonos negros. Estos pretenden alertar al consumidor sobre el exceso de azúcares, grasas o calorías contenidos en el producto. Detrás de esta señalización está la NOM-051, que obliga a la industria de alimentos y bebidas no alcohólicas en México a incluirlos en los empaques, si el producto rebasa ciertos límites que se consideran poco saludables.
Para Monroy Fonseca, la única ventaja de estos sellos es que alertan al consumidor de propiedades no nutritivas. Como desventajas ve muchas, entre ellas, que no siempre se buscan opciones saludables, sino productos que cumplan metas experienciales. Lo ilustra con un ejemplo: si una persona está a dieta y busca productos bajos en calorías o sin calorías (por ejemplo, un pan bajo en carbohidratos o una bebida sin azúcar) los sellos de advertencia si ayudan porque el consumidor comprará un pan, bebida o alimento que no tenga sellos. En cambio, en la convivencia de un grupo de albañiles bebiendo refresco en una obra, los sellos de advertencia son inservibles.
Además, los consumidores con menor capacidad de compra son más indiferentes al etiquetado que un consumidor con más poder adquisitivo. El primer tipo de consumidor busca satisfacer su necesidad con los recursos que tiene, mientras que el segundo, puede contemplar otras opciones de productos de una misma categoría y elegir el que le resulte más conveniente.
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El absurdo de los 100 gramos como medida estandarizada
Para Martha Ortiz, gestora de experiencia de usuario en el Departamento de Investigación y Desarrollo de Danone México, la NOM-051 “está mal hecha y es muy incongruente”. Explica que antes de que entrara en vigor, el consumidor podía leer la tabla nutrimental del producto y saber qué cantidad de calorías tenía, así como los diferentes elementos de proteínas, azúcares y carbohidratos en la porción del empaque.
A partir del 1 de abril de 2021, los empaques de los alimentos deben cumplir con ajustes en la tabla de valor nutrimental, ahora la referencia de nutrientes aplicará para todas las etiquetas porciones en 100 gramos o 100 mililitros del producto, no del total del empaque. La norma establece que el contenido energético (calorías) sea expresado en kcal y el criterio de porción en gramos o miligramos, que aplica para las proteínas, hidratos de carbono disponibles, grasas, fibra dietética y sodio que contienen los alimentos y las bebidas no alcohólicas preenvasados.
Por ello, en opinión de la especialista, los sellos hacen un “corto circuito” en el consumidor porque el gramaje de cada producto es variable, “eso es muy difícil, porque el consumidor concluye que los sellos aplican a todo el producto, cuando en realidad se vende una porción diferente a los 100 gramos”.
Ortiz comenta que esto genera una falla de percepción en el consumidor. Como la base de la norma es advertir con los sellos, no está siendo informativa ni educa al consumidor, solo lo alarma.
Monroy Fonseca coincide en ese punto, para él los sellos de advertencia “se basan en un absurdo de 100 gramos”, lo que implica poner sellos prácticamente a todo, incluso a una pastilla de menta, porque la medida considera 100 gramos de producto, aunque por paquete sólo se incluyen 25.2 gramos. Para que se llegue al exceso se deberían consumir alrededor de cuatro paquetes de pastillas de menta.
Ambos están de acuerdo en que el etiquetado está diseñado para advertir, no para educar. Ello provoca que haya consumidores que suponen que la comida sin sellos es un pasaporte para comer más solo por la ilusión de que no les aporta tantas calorías.
“El sello de advertencia crea la fantasía de que si se deja de consumir un producto con tres sellos, el consumidor se va sentir más ligero, más saludable, con ganas de hacer ejercicio… pero como no se cumple esa fantasía, entonces pierde el efecto muy rápido”, afirma el especialista, al tiempo que advierte que la gente vuelve a consumir los mismos productos, sobre todo los que son ultraprocesados porque los acostumbra y son los que le gustan.
Además advierte que los mexicanos no decidimos la compra de un producto en función de calidad, calorías o grasas, por eso, los sellos de advertencia están condenados a la habituación: como todo tiene sellos, nada es saludable.
Una bolsa con papas fritas o un pastelillo son un alimento que el consumidor relaciona con un conjunto de conceptos integrados por marca, etiqueta, empaque, forma, precio, contexto, con quién se comparte y cuándo se consume.
“Los productos no son sinónimo de aporte nutricional; los productos son un constructo”, expone y explica que el alimento con sellos apenas modifican una sola pieza de ese constructo sobre el producto, por ello no han tenido tanto impacto.