Dos consumidoras asisten a un restaurante. Una de ellas dice al mesero: “Por favor tráeme unos huevos con jamón, un pan con mermelada y un café.” La otra comensal le pide: “Tráeme lo mismo, pero que los huevos sean de gallina libre de jaula, el jamón provenga de cerdo que no haya tenido maltrato animal, el pan no haya sido elaborado con trigo transgénico, que la mermelada haya sido producida por mujeres de comunidades locales y el café que sea orgánico, libre de trabajo infantil y que respete los derechos humanos”. ¿A cuál de las dos comensales sería más sencillo satisfacer?
Reconociendo el reduccionismo aplicado a mi ejemplo anterior, tenemos por un lado un consumidor tradicional, y por el otro, un consumidor interesado en temas sociales y/o ambientales.
Dentro del sector empresarial, también podríamos hacer la misma analogía. Algunos empresarios afirmarán que su única responsabilidad es generar empleos y pagar impuestos y que, mientras el mercado no se lo demande, los temas sociales y ambientales se quedan en el tintero. Por otro lado, algunos tomadores de decisiones consideran que las empresas, al igual que el gobierno y la sociedad civil organizada, son corresponsables en la construcción de sociedades más justas e incluyentes y que deben comprometerse y accionar a favor de las personas y del planeta.
Recuerdo la ocasión en que un empresario dueño de una de las productoras de huevo más importantes de un país sudamericano me comentó: “Yo jamás consideraré cambiar mi modelo de negocio… hasta que el cliente me lo pida”. En contraste, otro empresario comentó: “Nosotros decidimos ser socialmente responsables, no porque el mercado me lo solicite o las leyes me obligan, lo hacemos porque es lo correcto.”
Por un lado, están las empresas y los consumidores a quienes les interesan los temas de responsabilidad social, pero encajan en la categoría de negocios y consumidores tradicionales. En el otro extremo, están los empresarios y los consumidores preocupados y ocupados en considerar a la gente y al planeta en sus decisiones y acciones. Es decir: conscientes.
En los últimos años me ha tocado conocer diversas investigaciones y estudios que apuntan al crecimiento de un segmento de consumidores que, en sus decisiones de compra, incorporan los impactos sociales y ambientales de las marcas. Dichas personas no sólo consumen lo necesario, investigan el origen de los productos, privilegian a las marcas responsables y de origen local, evitan los alimentos ultraprocesados e incluso, algunos de ellos, son activistas en sus ámbitos de influencia.
Aún falta un largo tramo por recorrer para que ello se vuelva la regla en diversos países en todo el mundo. Que no se quede en excepción.
Una pregunta para la reflexión a mis amables lectores: ¿Cuál consideran que debe ser la postura de empresarios y consumidores para armonizar intereses económicos y abonar positivamente al beneficio de personas, ecosistemas y biodiversidad?
Para mí, la respuesta está en el futuro de la humanidad y de los seres vivos en este planeta. Debe ser la necesidad imperiosa de accionar a favor de la solidaridad, la justicia, la responsabilidad y la sostenibilidad. ¿Y para ti, amable lector? Bienvenidas y bienvenidos a la reflexión.
