El consumo local de alimentos ha cosechado adeptos a lo largo de las últimas décadas. ¿Por qué no habría de hacerlo si en principio sus beneficios son muchos y además loables? Se crea una economía en que las personas de una región o localidad se benefician mutuamente, los alimentos son más frescos, los productores evitan intermediarios, se contamina menos al ahorrarse largos transportes de comida, menos empaques, menos plásticos… Se trata sin duda de uno de los grandes ejemplos entre las estrategias de seguridad alimentaria sustentable.
Pero siempre hay un “pero”. “Cuando hablamos de sostenibilidad, las primeras preguntas que me hago son: ¿sostenible para quién? ¿En qué periodo de tiempo o en qué escala geográfica? Porque hay muchas disyuntivas entre todo eso”, comenta para Goula, Kelly Witkowski, gerente del Programa de Acción Climática y Sostenibilidad Agropecuaria del Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA).
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El lado B del consumo local
El entusiasmo por el consumo local y su implementación claro que tiene un impacto positivo, pero no siempre en las dimensiones que imaginamos. El artículo “¿Es viable o sostenible el consumo de alimentos producidos localmente?”, publicado en la página del ICCA, establece que el primer punto a reconocer es que los productores locales no pueden satisfacer toda la demanda de alimentos, sobre todo bajo los métodos de producción y preferenciales alimentarias actuales. Y cita un análisis publicado en la revista Nature al respecto: “Abastecerse localmente, especialmente en países en desarrollo, no es viable para la mayoría”.
Dicho análisis, “Local food crop production can fulfil demand for less than one-third of the population” (“La producción local de cultivos alimentarios puede satisfacer la demanda de menos de un tercio de la población”), señala precisamente eso. Que sólo entre 11% y 28% de la población mundial puede satisfacer su demanda de cultivos dentro de un radio de 100 km. Consumir exclusivamente productos locales es imposible para la gran mayoría de las personas.
Otra arista a considerar: si nos empeñamos en consumir sólo los productos de nuestra localidad o región, dejamos de consumir productos que en otras partes del mundo son vitales para su sobrevivencia. Un ejemplo que todos los mexicanos podemos comprender (en el sentido más empático del verbo): ¿qué sería de los aguacateros michoacanos si Estados Unidos decidiera que es mejor consumir sólo los aguacates que se producen en California y restringir el acceso de este fruto mexicano?
Recordemos que para muchas naciones de América Latina y el Caribe, la agricultura es uno de los principales motores de desarrollo. De acuerdo con el citado “¿Es viable o sostenible el consumo de alimentos producidos localmente?”, Costa Rica lidera las exportaciones mundiales de piña (50%), Ecuador las de plátano (26%), Chile las de uva (15%), Brasil las de soya (44%) y, por supuesto, México que es líder en la exportación de aguacate (43%) y jitomate (24%).
El artículo del ICCA señala que aunque los países destino de estos alimentos tuvieran las condiciones ambientales para generarlos, no lo podrían hacer de forma eficiente y sostenible. Nos necesitamos mutuamente: los estadounidenses quieren aguacate; acá estamos listos para venderlos y generar bienestar para las familias de los productores mexicanos.
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¿Tomar carretera para comprar manzanas o peras?
Nada como aprovechar una visita a un pueblo cercano para comprar sus maravillosas peras o nopales, invertir en la comunidad, ver cómo se producen los alimentos y platicar con los agricultores. Pero si la intención es sólo comprar manzanas y se vive en grandes ciudades, quizá la mejor opción es comprar las manzanas del supermercado, aunque el fruto sea estadounidense, por ejemplo.
Uno de los principales argumentos en favor del consumo local es el costo energético y medioambiental que paga el planeta por traer alimentos de lugares lejanos. La gerente del Programa de Acción Climática y Sostenibilidad Agropecuaria IICA, nos explica que nuestros sistemas alimentarios sí tienen una contribución significativa a la generación de gases de efecto invernadero, “Pero la gran mayoría no vienen del transporte, vienen de cómo se produce el alimento”.
Kelly Witkowski puntualiza que el alrededor 70% de las emisiones contaminantes se producen en las granjas o ranchos. El 30% restante lo emite el resto de la cadena de valor, y como parte de ella el traslado de los alimentos. Respecto a éste último, también es relevante saber cómo se realiza: “Si los productos viajan en barco o en tren es mucho más eficiente que si un consumidor viaja a una finca lejana para comprar sus alimentos”, expone Witkowski.
El experto en transporte y desarrollo sustentable, Christophe Bellmann, lo plantea así: un consumidor británico que viaja 10 kilómetros para comprar un kilogramo de un producto fresco generará proporcionalmente más gases de efecto invernadero que el transporte aéreo del mismo kilogramo de alimento producido en Kenya.
“Transportar una gran cantidad de alimentos en un mismo transporte es mucho más eficiente que viajar con un camión medio vacío”, reafirma Kelly Witkowski .
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Sin balas de plata, pero sí con consciencia alimentaria
Los especialistas del ICCA concluyen que ante las alternativas de consumir lo que se produce localmente o promover un comercio internacional más abierto, lo mejor es encontrar un balance adecuado. Deben tomarse en cuenta los múltiples factores económicos, sociales y ambientales de cada país o región para determinar el impulso de cada estrategia alimentaria.
“No hay una bala de plata para esto. No es una respuesta muy popular, pero todo depende del contexto y qué se puede hacer en cada lugar específico para trabajar en función de ello”, confirma Kelly Witkowski.
No se trata de desincentivar el consumo local, pero sí cuestionarnos cómo funciona mejor para la breve parte del mundo que nos corresponde apoyar.