Hace poco más de una década, el bioetanol y el biodiésel, los principales biocombustibles líquidos que existen, eran obtenidos de alimentos como la caña, la soya o el maíz. A esta primera generación de biocombustibles se les cuestionaba su viabilidad para sustituir, aunque fuera en un leve porcentaje, a los combustibles fósiles debido a los riesgos que podrían traer a la seguridad alimentaria (esos alimentos deberían alimentar a la gente, se decía), además de que no aportaban a la mitigación de Gases de Efecto Invernadero (GEI).
Hoy existe una segunda y hasta una tercera generación de biocombustibles que han sorteado esas críticas. De acuerdo con datos de la Renewable Fuels Association, entre 2008 y 2020, los biocombustibles han reducido las emisiones de GEI en casi mil millones de toneladas en Estados Unidos.
Las nuevas generaciones de biocombustibles líquidos también tienen la virtud de no competir con los alimentos, pues están hechos con residuos agroindustriales (como el de la producción de caña de azúcar, bagazo de agave y aceite vegetal quemado, grasas de desecho) e incluso utilizan algas o enzimas.
“En México no estamos en ninguna de esas etapas”, ataja Mauricio Pareja, director general de Solben, empresa que produce maquinaria y tecnología para la elaboración de biocombustibles. El directivo señala que la industria de los biocombustibles en México es un gigante que no ha despertado, en buena medida, por falta de políticas públicas que la impulsen. Algo que sí sucede en otros países.
“En Estados Unidos, por cada galón de biodiésel que se produce, se da un dólar de subsidio. En Colombia, todas las estaciones de servicio deben tener su diésel mezclado con un 5% de biodiésel, en Estados Unidos es el 7%, en Argentina es el 12%, en la Unión Europea es el 20%”, remata Pareja.
Una oportunidad de negocio (y para el planeta) que no se explota en nuestro país, como sí se hace en otras partes del mundo. El mercado global de biocombustibles fue valuado en casi 110 mil millones de dólares en 2021. Para 2030 se espera que la cifra alcance los 201 mil millones de dólares, según datos de Statista. Estados Unidos y Brasil son por mucho los líderes en la producción de biocombustibles.
Te puede interesar: Éste es el futuro: la revolución alimentaria de la Inteligencia Artificial
La industria restaurantera como fuente (y traba) para los biocombustibles
“Las perspectivas de las autoridades en México, en 2018, eran que para 2030 se producirían 2,000 millones de litros de bioetanol, por ejemplo, que podría llegar a cubrir el 10% de la demanda. Han pasado cuatro años y seguimos en las mismas”, abona al diagnóstico del anquilosamiento de los biocombustibles líquidos en México Raúl Tauro, expresidente de la Red Mexicana de Bioenergía (Rembio).
Pese a ello, existen empresarios que no han dejado de trabajar en la industria. En 2016, María José León y su hermano Miguel iniciaron oficialmente Biodiqro, empresa que recolecta aceite vegetal quemado para convertirlo en biodiésel. Biodiqro producía, a principios de 2020, 30 mil litros de su combustible alternativo al mes. Entonces llegó el COVID-19, con el cierre de restaurantes que son su principal fuente de materia prima, y su producción disminuyó a 10 mil litros mensuales. En la actualidad, la empresa está por recuperar su producción pre pandemia.
Sus principales clientes son líneas transportistas de Querétaro que utilizan el biocombustible como una especie de aditivo: 80% diésel convencional y 20% biodiésel. Biodiqro ofrece el litro de biodiésel un peso por debajo de su versión fósil. “Deberíamos darlo más caro, pero queremos promoverlo porque el tema de biocombustibles tiene mucho de tabú en México: tienen miedo de que un nuevo combustible dañe sus motores”, comenta María José León, directora de Biodiqro.
Ese es otro de los retos, la falta de conocimiento de la población en general sobre la existencia de los biocombustibles. “Los motores ya vienen listos para aceptar estas mezclas, no hay que hacer modificaciones. Lo que hace falta es difundir y concientizar a la población sobre los beneficios de los biocombustibles líquidos”, agrega Raúl Tauro, cátedra CONACYT en el programa “Investigadoras e Investigadores por México”.
María José León señala además una traba más que hace difícil alcanzar el crecimiento que desearían para Biodiqro: “Nosotros tenemos que pagar a los restaurantes por el aceite, cuando los restaurantes deberían pagar por el servicio del manejo de uno de sus residuos”. Y agrega León: “En la Unión Europea está prohibido que los restaurantes tiren su aceite, éste tiene que ir directo a su transformación en biodiésel y quienes se encargan de esto no tienen que pagar por el aceite”. Por si faltara algo, la recolección de este insumo es informal, pues los restaurantes simplemente no les facturan la venta de aceite. La directora de Biodiqro no se desalienta: “Poco a poco la industria del biodiésel se irá abriendo y desarrollando”.
Te puede interesar: COP26 pone a México frente a dilema que afecta al sistema agroalimentario
Biodiésel de y para las empresas
Mauricio Pareja, director general de Solben, estima que 8 de cada 10 plantas productoras de biodiésel que hay en México han sido instaladas por ellos. Solben es una empresa mexicana que desde 2017 ofrece soluciones para la generación de energía a través de materias primas renovables, aunque su principal producto son precisamente sus máquinas para generar biocombustible.
Se trata de un mercado con un nicho de mercado muy pequeño. Las plantas de biodiésel son negocio, a diferencia de lo que sucede en otros países, gracias al autoconsumo. “Mis clientes son empresas que tienen la materia prima para generar biodiésel, que tienen un consumo elevado de diésel y que no se van a meter a comercializar biodiésel, porque eso implicaría pagar el IEPS”, explica Pareja.
Nuestros entrevistados confirman que los biocombustibles líquidos pagan el Impuesto Especial sobre Producción y Servicios. Para ellos, el IEPS representa una de las mayores ataduras para el desarrollo de esta agroindustria.
“Somos el único país en el mundo que gravó un impuesto al biodiésel. Es algo tan absurdo porque el IEPS es un impuesto que se cobra por el daño que ocasiona un producto o servicio, como el cigarro”, dice Pareja.
Mientras las condiciones para la industria de los biocombustibles líquidos mejoran, Solben dedica sus esfuerzos a la investigación y a brindar soluciones a estas empresas que apuestan por los biocombustibles para su funcionamiento.
Mauricio Pareja pone como ejemplo que ahora mismo trabajan en una máquina para una planta de procesamiento de harinas. La operación de esta empresa genera grasas que son descartadas para utilizarse en grado alimenticio o grado animal, por lo que serán aprovechadas para generar biodiésel. “Van a transformar una tonelada diaria de grasa con valor cero en biodiésel y así surtirán el 50% del consumo de diésel interno, con lo generarán ahorros sustanciales”, expone.
Otro de sus clientes es un restaurantero en Cozumel que transforma los residuos de aceite de sus negocios en combustible para sus lanchas que utiliza al mover su operación fuera de la isla. Las máquinas de Solben son en realidad módulos que pueden unirse e incrementar su capacidad de producción de biodiésel de acuerdo con las necesidades de las empresas. Su módulo más pequeño, que puede generar 400 litros de biodiésel al día, requiere una inversión de medio millón de pesos. El retorno de inversión depende de la materia prima que ofrezca la empresa. “La transformación a biodiésel es muy sencilla y barata. Tenemos proyectos que recuperaron su inversión en menos de un año”, afirma el director general de Solben.
A pesar de todo, para Raúl Tauro los biocombustibles líquidos sí tienen futuro: “El gobierno tiene que impulsarlo. En la academia debemos seguir trabajando con los biocombustibles de segunda y tercera generación para desarrollar nuevas tecnologías que permitan abaratar costos y buenas tasas de retorno energético. Aquí la industria alimenticia cumplirá un papel importante porque sería la potencial proveedora de materias primas. Esto sí va a crecer”.