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¿Se Puede Cambiar Al Caduco Agro Mexicano? Estas Iniciativas Lo Están Logrando

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¿Se puede cambiar al caduco agro mexicano? Estas iniciativas lo están logrando

Tierra de Monte vende bioestimulantes libres de agroquímicos que incrementan la rentabilidad de los cultivos hasta en 40% y desde la Universidad Anáhuac Mayab, se promueve el consumo de vegetales casi desconocidos.

El reto es encontrar opciones diversas de alimentación para cambiar nuestro sistema agroalimentario caduco. Esta es la historia del esfuerzo de dos iniciativas mexicanas que promueven el acceso a más y mejores alimentos.

Desde la Universidad Anáhuac Mayab, se impulsa la producción y el consumo de especies vegetales casi desconocidas y olvidadas. Han identificado 76 opciones con potencial nutricional, medioambiental y social. ¿Su reto? Promover dietas saludables, sostenibles e incluyentes en la Península de Yucatán.

Tierra de Monte es una empresa que vende bioestimulantes libres de agroquímicos y mejora en 40% la rentabilidad de los cultivos. Sus creadores afirman que son hasta 80% más económicos que productos similares. Este emprendimiento nació de la necesidad de democratizar el acceso a los alimentos orgánicos.

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¿Se puede cambiar al caduco agro mexicano? Estas iniciativas lo están logrando
 

Tierra de Monte y su anhelo por democratizar la buena alimentación

Adriana Luna entró a una tienda de alimentos orgánicos. Era 2012. Buscaba por primera vez comida para su hija, quien había desarrollado una alergia a los agroquímicos. Entró con 250 pesos en la bolsa. Su desilusión fue enorme cuando se dio cuenta que sólo le alcanzaba para un par de jitomates y muy poco más.

“Ver, por un lado, ese lugar lleno de comida y a mi hija teniendo hambre por el otro. ¡Y a mí me alcanza para dos pinches jitomates! Me puse a llorar”, recuerda. Eso fue el detonante de todo.

Adriana Luna y su esposo, Etienne Rahchenberg, son biólogos. En 2009, llegaron a Sinaloa para laborar, él en una empresa agrícola y ella en la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas.

Llegó su primer embarazo y el nacimiento de su niña. A los 15 días descubrieron que era alérgica a la proteína de la leche. Su cuerpo comenzó a sensibilizarse con el paso de los meses: se hizo alérgica a ciertas frutas, a la soya, a las nueces… “Hasta llegar a una sensibilidad exacerbada a los agroquímicos. Visitamos todas las salas de urgencias de Culiacán”, puntualiza Adriana Luna.

La intensidad agrícola alrededor de Culiacán y su ambiente no favorecían la salud de la pequeña. Con el patrimonio de la familia consumido, dejaron sus trabajos y se mudaron a la Ciudad de México, donde estaba el apoyo familiar… y aquella tienda de alimentos orgánicos. En esa tienda Adriana lloró, ahí también surgió la idea de democratizar la buena alimentación.

Como experta, ella sabía que no era nada sencillo. Comenzó a producir jitomates en su casa y algún árbol frutal. Sus conocimientos le ayudaron a generar composta altamente nutritiva y unos polvos para reforzar el crecimiento de las plantas.

“En la cocina, comencé a hacer experimentos y a probarlos. Empecé a intercambiar mis polvitos por alimentos orgánicos con las señoras que iban a vender a los tianguis de los miércoles”, narra Luna.

La familia cambió su lugar de residencia a Querétaro, lejos de la contaminación de la CDMX, pero cerca de los hospitales capitalinos donde atendían a su hija. En ese entonces, la bióloga obtuvo una beca para una maestría en la Universidad del Medio Ambiente (UMA). “Ahí mis profesores me guiaron mucho para encontrar el camino hacia lo que yo estaba buscando”.

Los “polvitos” se convirtieron en su primer producto: un enraizador biológico que, como su nombre lo sugiere, estimula la absorción de nutrientes de las raíces, además de protegerlas. Consiguió un cliente que le pidió 300 kilos de enraizador. Con traspiés y carreras logró entregar el producto… que no funcionó del todo.  “No era lo mismo usarlo en mi jardín que en 10 hectáreas”, reconoce ahora Luna.

El cliente, productor de uva con experiencia, la llevó de la mano para saber exactamente qué es lo que necesitaba y cuánto es lo más que podría costar el producto para hacerlo redituable. Adriana y su esposo aceptaron el reto.

“Nos obligó a preguntarnos cómo hacer más barato todo, a crear nuestra propia tecnología de fermentación, de secado… Todo en la cocina de la casa”, recuerda la emprendedora.

El nuevo enraizador fue un éxito y se convirtió en el inicio formal de Tierra de Monte.

“Llegó otro cliente y nos pidió solucionar otra cosa. Lo hicimos y nos dimos cuenta de que teníamos un pipeline de innovación”, subraya Luna.

Hoy Tierra de Monte es una empresa que ofrece productos biológicos que prometen incrementar la producción de los cultivos, además de evitar el uso de agroquímicos, pesticidas y demás productos que hacen menos saludables a nuestros alimentos. Bioestimulantes, micronutrientes, tratamientos para semillas, degradadores; además de controladores de plagas y hongos, son parte de su portafolio de productos.

Sus soluciones están dirigidas a todo tipo de agricultura, sea orgánica o no. “La agricultura orgánica debe ser la nueva agricultura convencional, pero para que eso ocurra, tenemos que hacerla productiva, eficiente y rentable”, explica la bióloga Luna.

Los productos de Tierra de Monte, asegura, son hasta un 80% más baratos que sus alternativas convencionales e incrementan la rentabilidad en las producciones agrícolas en hasta 40%. Mejores alimentos a un mejor precio.

Los esfuerzos de Adriana Luna, Etienne Rahchenberg y todo el equipo de Tierra de Monte los ha hecho acreedores a varios reconocimientos, incluso internacionales, entre otros: Premio Banamex a la empresa con mayor Impacto Social, Premio CEMEX-TEC, Premio MassChallenge, Premio i3 Latam y Premio Cartier.

Sobre el objetivo de democratizar la buena alimentación, Luna considera que esto es sólo un avance en una misión inmensa.

“Democratizar la buena alimentación sería lograr que todos, absolutamente todos, la puedan comprar. La buena comida no puede ser un lujo. Los alimentos accesibles económicamente tienen que ser buenos”, remata.

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Frutas y vegetales mayas de vuelta a nuestras mesas

El proyecto “Promoción de dietas saludables, sostenibles e incluyentes en la Península De Yucatán” ganó en octubre pasado el premio Alsea 2022. Esta propuesta que nació en el Laboratorio de Innovación Colaborativa (LINNCO) de la Universidad Anáhuac Mayab, en Mérida, obtuvo 150 mil dólares para convertirse en una realidad durante los siguientes 18 meses.

El doctor Emilio Martínez de Velasco Aguirre fundó el LINNCO en 2020. “Desde entonces hemos buscado atender los grandes retos sociales y ambientales de la humanidad. Y uno de los mayores retos de la humanidad es transformar nuestro sistema alimentario”, comenta para Goula, el líder del proyecto ganador.

El investigador expone que el sistema alimentario actual no es saludable, ni sostenible y que ha dejado a muchos fuera, pues casi mil millones de personas en el mundo padecen hambre. Un desafío de esa magnitud no puede ser resuelto por un actor de manera aislada, se requiere de la colaboración y acción colectiva.

En 2021, el LINNCO y el ayuntamiento de la capital yucateca organizaron un evento que se llamó “Los diálogos del sistema alimentario de Mérida”. Se convocó a pequeños productores de alimentos, empresarios y representantes de gobierno para que compartieran su visión, experiencia y propuestas para fortalecer el sistema alimentario local.

“Fue ahí donde un grupo pequeños productores planteó el reto de encontrar formas innovadoras de promover el consumo de la gran diversidad de especies vegetales que tenemos en la región”, recuerda Martínez de Velasco.

Frutas, hortalizas, leguminosas y tubérculos que la gente ha dejado de consumir porque simplemente no los conoce. Eso detonó una investigación del LINNCO que validó lo expuesto en los diálogos:  hay una diversidad agroalimentaria enorme en la península de Yucatán con un gran número de especies vegetales marginadas y subutilizadas que han quedado prácticamente fuera de las cadenas de valor actuales.

“Especies que son muy nutritivas, muy ricas y que pueden generar muchos beneficios sociales”, agrega Martínez.

Hasta ahora, sus estudios han identificado 76 especies que tienen un potencial transformador en tres dimensiones: nutricional, medioambiental y social. Frutas como caimito, bonete, zapote negro y kanisté. Vegetales como ibes (un tipo de frijol), calabaza curcubita pepo, cebollita de Ixil, pepino blanco y jitomate riñón.

“Una especie que no es marginada, pero tiene propiedades increíbles es la chaya o espinaca maya. La gente la consume sólo en ciertas formas muy tradicionales, pero tiene dos veces más proteína y tres veces más fibra que la espinaca”, expone el director del LINNCO. Además, es una planta que casi no requiere insumos, crece casi de manera natural.

Hacer llegar toda esta información al consumidor es ahora el gran reto de “Promoción de dietas saludables, sostenibles e incluyentes en la Península De Yucatán”. El premio Alsea 2022 fue el gran catalizador.

Hoy, mientras un equipo multidisciplinario de botánicos, nutriólogos y expertos en agricultura y producción de alimentos trabaja en recopilar toda la información necesaria de estas 76 especies, otro grupo de expertos en comunicación y cambio de comportamiento investiga a la audiencia.

Cuando alguien nos presenta o nos encontramos con una fruta o verdura nueva en el mercado, a muchos nos da curiosidad probarlo. “Pero las barreras son que no sabes cómo escogerlo, ni cuál es momento óptimo para comerlo, ni cómo prepararlo”, ejemplifica el doctor Martínez. La idea es capacitar a los productores y vendedores para que transmitan información confiable, práctica y útil al respecto.

“Es un punto de partida. Lo que queremos es desarrollar un modelo de comunicación que luego pueda ser replicado en otras audiencias y otros contextos”, añade.

“Estamos en el proceso de investigar a consumidores y productores para llegar de manera efectiva a la gente y provocar esa transformación en los hábitos de consumo”, explica el líder de la iniciativa.

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