En estos días vemos como en varias ciudades del norte del país se vive una situación de emergencia. Particularmente en la zona metropolitana de Monterrey, Nuevo León, se pueden apreciar en todo su esplendor los estragos sociales por la carencia del agua. Una problemática ocasionada por diferentes factores: sequía, una cuenca sobreexplotada, desertificación, así como una mala gestión y regulación del recurso hídrico. Involucra también aspectos éticos, institucionales, sociales, económicos y políticos que no se han manejado adecuadamente desde hace muchos años.
Debemos tomar este caso como una clara llamada de atención sobre la afectación de nuestros sistemas naturales y el efecto que está teniendo en el bienestar de la población. Seremos testigos, en los próximos días, de los resultados que se obtendrán de las múltiples negociaciones que están teniendo lugar entre empresas privadas, instituciones gubernamentales locales, estatales y federales para proveer de agua a la población para que satisfaga sus necesidades más apremiantes. Serán, sin embargo, acciones paliativas. No puede ser de otra manera en este momento. Para tener certidumbre sobre el abasto de agua en un período mayor de tiempo se requerirán acciones estructurales profundas que, necesariamente, afectarán intereses sociales, económicos y políticos.
Podemos apreciar otros fenómenos medioambientales por causas antropogénicas que afectan sensiblemente la calidad de vida de la población: no sólo sequías, también lo contrario: inundaciones por lluvias torrenciales producto del paso de huracanes por diversas zonas geográficas. Pero estas no serán las únicas consecuencias. Le seguirán muchas más. Éstas cuatro son las más urgentes:
- Utilización excesiva de recursos naturales para mantener nuestros estilos de vida actuales. Los ecosistemas ya no pueden satisfacer nuestras demandas.
- El 67% de las emisiones de gases de efecto invernadero están asociadas a nuestros estilos de vida. Debemos orientar dichos estilos hacia comportamientos sostenibles para reducir nuestras emisiones entre 40 y 70% para el año 2050.
- Un millón de especies de animales y vegetales están actualmente en peligro de extinción.
- La actividad humana ha alterado el medio ambiente terrestre en un 75% y el marino en un 66%, con los consecuentes efectos en la salud del planeta envenenando nuestro aire, tierra y agua.
Modificar esta situación implica transformar la manera en la que vivimos en nuestras diferentes economías y sociedades para hacerlas más inclusivas, más justas y respetuosas con la naturaleza.
Debemos detener el daño que estamos infringiendo al planeta. El tiempo apremia y la naturaleza (y con ella toda la sociedad humana) se encuentra en situación de emergencia. Para mantener el calentamiento global por debajo de 1.5 °C este siglo, es necesario reducir a la mitad las emisiones anuales de gases de efecto invernadero para 2030.
Si no actuamos ya, la exposición a aire contaminado aumentará en un 50% en esta década, mientras que los desechos plásticos que fluyen hacia los ecosistemas acuáticos podrían triplicarse para 2040.
A pesar de todos nuestros avances tecnológicos, dependemos por completo de ecosistemas saludables. Todo el andamiaje construido hasta nuestros días en términos de cultura alimentaria en las distintas sociedades humanas, está basado en los recursos que nos provee la naturaleza.