Dedicar la vida a un emprendimiento social es una decisión de negocios que impactará positivamente el entorno en el que una empresa se desarrolla. No con ello se deja de crecer financieramente. Ashoka, red global de emprendedores sociales, define a estas personas como “individuos con soluciones innovadoras para los desafíos sociales, culturales y ambientales más acuciantes de la sociedad.”
Juan del Cerro, fundador de la plataforma Socialab, subraya en su libro, ¿Qué es el emprendimiento social?, que este tipo de empresas fusiona la meta del bienestar social de las organizaciones sin fines de lucro con la capacidad competitiva de cualquier empresa.
Estas son las historias de tres emprendimientos dentro del sector alimenticio, que basan su propuesta de valor en aportar un beneficio a sus lugares de origen. Aunque se conformaron de diversas maneras, ya sea con financiamientos propios, con apoyo de fundaciones o de instancias gubernamentales. Los une un objetivo común, el de las prácticas solidarias, el esfuerzo por contribuir a una sociedad más equitativa y en armonía con el medio ambiente.
Traspatio Maya
Alimentos tradicionales de la península de Yucatán
En 2002 la Península de Yucatán fue golpeada por el huracán Isidoro. Poco antes, un grupo de hoteleros mexicanos, bajo el nombre de Paralelo 19, comenzó la compra y restauración de antiguas haciendas en las que se fabricaba henequén. Buscaban convertir esos espacios abandonados en hoteles de lujo que serían operados por la cadena Starwood Hotels and Resorts.
Al ver que la región fue gravemente afectada por el ciclón, comenzaron a apoyar a las comunidades con víveres y reconstrucción de vivienda de la mano del gobierno y entidades bancarias. Esta red de trabajo nunca se detuvo. De hecho, evolucionó hasta conformarse la Fundación Haciendas del Mundo Maya (FHMM), desde entonces dirigida por Marilú Hernández, quien es socia de Paralelo 19 y tiene experiencia en políticas públicas.
Primero, para reactivar la economía local, emplearon a los pobladores cercanos en las haciendas. Poco a poco conocieron nuevas comunidades para valorar su situación y en ocho municipios de la zona crearon 56 Centros de Desarrollo Comunitario.
En estos espacios comenzaron a establecer grupos de educación para adultos, centros de salud que aprovechan las plantas medicinales locales, y una variedad de talleres. Todas esas acciones pretenden mejorar la calidad de vida de sus pobladores.
A través de la experiencia de los talleres, los integrantes de la fundación descubrieron el valor de los productos agroecológicos y artesanales de las comunidades. Ahí se aplicó un programa para hacer más sostenibles los huertos familiares. Con un mejor rendimiento de la cosecha, los pobladores se interesaron en vender el excedente de las hortalizas que cultivaban. Así fue como se creó como la empresa social Traspatio Maya que vincula a 30 comunidades para encontrar mayores oportunidades en el mercado. Esto, a la par del trabajo que continúa realizando la FHMM, para capacitar a los residentes en administración y contabilidad.
“Al haber tanta riqueza natural y prácticas tradicionales mayas relacionadas a la agricultura, Traspatio Maya se crea como una plataforma para ayudar a los productores rurales de las comunidades a llegar a un mercado que les pague un ingreso justo y respetuoso de sus tradiciones,” cuenta Mariana Poo, coordinadora comercial de Traspatio Maya a Goula.lat.
Entre los productos que venden en la página en línea y las tiendas físicas están la sal de mar de Celestún, miel melipona, hortalizas y maíz criollo. Se comercializan como alimentos gourmet, pero son saberes que las familias mayas han aprendido desde cientos de años atrás, como en el caso de la sal y la miel de abeja.
Respecto del maíz criollo, la fundación los apoya con capacitación técnica para rescatar el sistema de milpa en la región. Lo hacen en alianza con el Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT).
Para la sal, instalaron una planta donde 15 mujeres limpian y secan las sales de forma artesanal en la localidad de Dzidzilché. Poo también explica que al no ser procesos industriales, no es posible producir grandes cantidades de producto, “su valor está en que son productos de prácticas agroecológicas, que promueven la inclusión familiar y el desarrollo de las comunidades. Son productos locales de la Península y valorados por grandes chefs del mundo.” Tal es el caso de René Redzepi, del restaurante danés Noma, o la tortillería Blanco Niño, que importa sal desde Irlanda.
Fruvethy
Frutas liofilizadas de Oaxaca
Las hermanas Nina y Estefanía Escamilla son de Oaxaca y están decididas a demostrar que, más allá del mole y los chapulines, su estado puede ser innovador. Ambas hicieron una buena mancuerna al emprender en 2018 con Fruvethy, un negocio de frutas liofilizadas.
Nina es ingeniera en alimentos, y durante los tres años que trabajó en una empresa de aditivos alimenticios en Guadalajara, aprendió cómo funcionaban los grandes negocios y qué trabas burocráticas se podían solucionar al tener un emprendimiento más pequeño. Esa experiencia la motivó a empezar su propia empresa familiar.
“Oaxaca es un estado lleno de tradiciones, sabores, colores, y biodiversidad, pero no se caracteriza por la parte de innovación tecnológica. Ahí nosotros quisimos hacer este match, con una tecnología que no se estaba utilizando en el sur del país y colaborar con los pequeños productores de las distintas regiones del estado”, dice Nina.
Ella desarrolló la parte técnica de la liofilización, proceso que extrae la humedad de las frutas sin alterar su sabor y propiedades. Por su parte, Estefanía, que estudió arte y tecnología, se encarga de la imagen y las redes sociales de Fruvethy. El nombre de la marca en realidad es una contracción de las palabras fruta, verdura y healthy.
Nina cuenta que al contactar a sus proveedores detectaron enseguida las malas prácticas que afectan a los pequeños productores de materias primas, “era complicado para ellos mover los productos de la sierra a la ciudad, pues llegaban a comprarles los coyotes y les pagaban casi nada, muchas veces el beneficio se lo quedan los intermediarios.”
Ante esta situación, Fruvethy tiene un esquema de comercio justo. Todos sus productores son oaxaqueños y son quienes fijan los precios, sin intermediarios, y ellas no hacen regateo. En temas de información e incubación, se acercaron al Instituto Oaxaqueño del Emprendedor, el cual está muy enfocado a empresas sociales.
Fruvethy procesa una tonelada de fruta a la semana entre mango, fresa, manzana y plátano. Tienen en la mira entrar por lo menos a una cadena de retail este año, pero mientras tanto, sus productos se encuentran en tiendas locales de Oaxaca y hacen envíos desde su página web a todo el país.
Chicza
Chicle orgánico y sustentable en Quintana Roo
El chicle natural se extrae de la savia del árbol de chicozapote en el sureste mexicano. Aunque durante la Segunda Guerra Mundial la producción de chicle fue un próspero negocio, a mediados de los años 50, en las gomas de mascar se empezó a sustituir el chicle natural con materiales sintéticos que eran mucho más baratos. Esto llevó casi a la extinción a los chicleros mexicanos.
En 1994, el gobierno de Quintana Roo buscó la forma de rescatar esta actividad productiva y junto con Manuel Aldrete, consultor de empresas sociales en aquel momento, crearon el Plan Piloto Chiclero. Visitaron las comunidades para platicar con sus líderes e integrarlos al proyecto.
Comenzaron con ocho comunidades, hoy son 52 las asociadas en Consorcio Chiclero, el cual funciona como una cooperativa de cooperativas, según cuenta a Goula.lat, Miguel Ángel Aldrete, gerente de Comercialización de Chicza.
Chicza es la marca del chicle natural derivada de ese trabajo y que se exporta a prácticamente toda la Unión Europea, Norteamérica, China, Emiratos Árabes, y países de Oceanía.
“Estos 2 mil productores forman parte de la toma de decisiones de la empresa. Hay una vinculación legal. Lo que hicimos fue asociarnos con ellos para hacer una empresa de carácter solidario”, explica Aldrete.
Además, el consorcio les proporciona becas educativas y seguridad social para ellos y sus familias en caso de accidentes.
A su vez, los productores se encargan de proteger la selva y los árboles de chicozapote, pues una vez que fue aprovechado para producir el chicle, cada árbol debe regenerarse y cicatrizar durante un periodo de seis a siete años.
Chicza tiene también un programa de reforestación sustentable en zonas degradadas por actividades agrícolas, donde siembran entre 50 a 200 mil hectáreas con especies nativas como el chicozapote, palma, pimienta y semilla de ramón.