En la actualidad, más de 3 mil 100 millones de personas no tienen una dieta saludable y el hambre alcanzó en 2021 a 828 millones de personas, según estadísticas de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y Alimentación, (FAO). Ello implica un incremento de 46 millones más que el año previo y 150 millones más que el 2019.
Lo anterior es paradójico si consideramos que se producen alimentos suficientes para todas las personas que habitamos en el planeta.
Por otro lado, el Atlas Mundial de la Obesidad afirma que, para 2025, más de 1,200 millones de personas serán obesas, un 22.9% de la población mundial. Esta cifra era del 15.5% en 2010. En ambos extremos (la carencia alimentaria por un lado y la obesidad por el otro), el reto es enorme.
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El domingo 16 de octubre se celebró el Día Mundial de la Alimentación, iniciativa promovida por la FAO, y que tiene como propósito invitar a la acción de los diferentes actores de la sociedad, para atender los retos y oportunidades que existen con respecto a la alimentación, como la pobreza, la seguridad alimentaria, el cambio climático o la nutrición.
El Director General de la FAO, QU Dongyu, afirmó en su mensaje por el Día Mundial de la Alimentación que el proceso globalizador ha hecho que las economías de los países se encuentren cada vez más interconectadas, lo que contradictoriamente provoca una incapacidad de acceso a la alimentación por parte de millones de personas. De ahí el lema del pasado Día Mundial de la Alimentación, “no dejar a nadie atrás”.
Debemos sumar a este problema sistémico las consecuencias de la pandemia provocada por el COVID19, los conflictos armados, la desigualdad, el incremento de los precios y las tensiones a nivel mundial.
Algunos expertos, entre ellos la FAO, afirman que la pandemia provocada por el COVID19 es una llamada de atención para reconocer la fragilidad en los esquemas actuales de seguridad alimentaria y nutrición, con lo cual se abre la oportunidad de reorientar las acciones en favor del bien común con modelos solidarios, iniciando con los más vulnerables.
Dicha solidaridad se traduce en una acción colectiva que puede verse reflejada a través de sistemas agroalimentarios más inclusivos, justos, resilientes y sostenibles que a su vez generen mejores condiciones de vida a la vez de cuidar el ambiente que nos rodea.
Todos los actores de la sociedad (gobiernos, empresas y sociedad civil), debemos acelerar los esfuerzos y luchar por un presente y futuro sistema alimentario que considere como centro de gravedad a la dignidad humana, sin dejar a nadie atrás.